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sábado, 30 de enero de 2010

EL DIVORCIO O LIBERACIÓN DE LOS INCAUTOS

EL DIVORCIO O LA LIBERACIÓN DE LOS INCAUTOS.

¿Debe ser el contrato matrimonial permanente? (Aquí, ante semejante posibilidad, y aun estando planteada como pregunta, algunos sufrirán un ataque sumamente agudo de angustia, con sudores y palpitaciones).
Personalmente, considero que no; pues, como todo en este mundo, tiene su génesis, su desarrollo y su fin. ¿Por qué tendría que ser el amor algo diferente? Claro que, aquí, se me podría oponer la mucha opinión del psicólogo y sociólogo E. Fromm quién, en su libro El arte de amar, nos dice que el amor erótico –él llama así al amor entre parejas, para diferenciarlo del amor fraternal o de padres-hijos- es una continuada y permanente vocación de querer estar junto al otro. De ahí, posiblemente, que llame Arte al amor; pues, necesariamente, uno debe de ser un verdadero artista para poder soportar toda su puñetera vida despertando al lado de la misma mujer…u hombre (esto último, la verdad, me veo obligado a escribirlo con el solo fin de que las féminas no se me alboroten o me consideren un misógino impenitente. Aclarado queda.) Putañear es mucho más divertido y ameno (ahora, si que me tendrán que perdonar las señoras/señoritas por no utilizar la palabra equivalente que designa las mismas acciones realizadas por ellas con los hombres, pero es que la desconozco; ni siquiera sé si existe –una prueba más de machismo, dirán las feministas-).
El hecho de verse vinculado/a de por vida a una misma persona debe de ser verdaderamente frustrante y traumático, especialmente para aquellos que no sienten afición por el matrimonio (yo sostengo la teoría de que el matrimonio es una afición, como lo pueden ser los toros, el fútbol o la ópera) y , más, si se ha tenido la desdicha de matrimoniar con hembra que, después, se descubre una especie de Carlos II el Hechizado en versión femenina; debe de ser como para que duela hasta el dolor. Por esta razón, me parece conveniente la existencia del divorcio, como medio de poder remediar situaciones terminales a las que se pueden llegar por las más diversas causas. Veamos algunas de las mencionadas causas: uno de los miembros de la pareja se va metamorfoseando y de él empieza a salir mister Hyde. Otra posibilidad: uno de los componentes es el causante de que al otro miembro le comiencen a brotar unos extraños y molestos apéndices frontales (molestos, más que nada, por razones estéticas). Más causa posibles: el macho ibérico no hace honor a su fama (entre otros motivos, porque ya desde la infancia le gustaba ser llamado Mari Pepa y no Robustiano) y desatiende sus obligaciones carnales propias del matrimonio. También, son motivos causantes que conducen al divorcio, los hijos: ese hijo pasota y colgado que ha sido capaz –para alimentar sus necesidades- de vender el piano de su hermanita Rosario, donde ésta repetía una y mil veces –y mal tocados siempre- los Estudios de Chopin para tortura del vecindario. Habiéndose “fumado-picado-esnifado” el piano de Rosarito, empezó por fumarse las cortinas del comedor, siguió jeringándose el Jumilla de la bodega y, terminó esnifándose las reservas de talco del cuarto de baño. La madre defendiendo-encubriendo al niño –el niño ya cuenta treinta tacos- y el padre recuerda que siendo un bebé de pañales, se dijo aquello de: “está tan rico que me lo comería”. Hoy, se arrepiente de no habérselo comido.
Llegados a este punto, a esta vía muerta, de la relación de la pareja, es preciso buscar una solución que ponga fin a las tensiones que una mala convivencia comportan. En estos momentos, uno desearía ser un poco mago y que pronunciando la palabra mágica Volavérunt, esa especie de híbrido, mezcla de foca –por el bigote, tipo sargento de la Guardia Civil- y de vaca –por sus inhumanas proporciones-, desapareciese para siempre. ¡Más no verán eso tus ojos, majo! También es en ese instante, cuándo uno recuerda la triste evolución que han sufrido los adjetivos calificativos que le ha dedicado a su pareja en todo este tiempo, y se percata de que lo que empezó siendo diminutivos cariñosos –quizás a causa del enamoramiento, es decir, de un estado de imbecilidad o gilipollez transitoria- ha ido degenerando en superlativos o despectivos: antes, “mi dulce gatita”; ahora, “rinoceronte inmundo”. Antes, “mi palomita adorada”, ahora, “este buitre carroñero”. Y, así, un desfile interminable, que yo aquí termino. Como ya he dicho, llegado a este extremo, conviene buscar soluciones al problema y, aquí, nos encontramos con diversas resoluciones posibles. Los que habiéndose casado por la Iglesia, y disponiendo de capital suficiente, deseen continuar sus buenas relaciones eclesiásticas, deberán recurrir al Tribunal de la Rota y dejar su tajada (a Dios no se le tributa, pero si a sus Ministros).
Los que habiendo contraído nupcias por lo civil o por lo civil y la Iglesia, pero no les importe sus relaciones diplomáticas con el Vaticano, podrán solucionarlo vía juzgados. Tanto los tribunales religiosos como los de justicia, se van a dilatar en sus resoluciones hasta desesperarles y hacerles enfermar de los nervios (¿qué supone una manía persecutoria más?). Por este motivo, algunos impacientes proponen un sistema más rápido y expeditivo, aunque un pelín extremo: búsquese un gánster que por algo de plata le acomode a la parienta en la barca de Caronte de una buena estocada en las vértebras. Este último método tiene otra nueva ventaja, añadida al de la rapidez, que resulta muy económico: no hay que pasar pensiones de mantenimiento a la ex.
Transcurrido el episodio de la separación, y recuperada la calma y tranquilidad propia de la vida en solitario (nota filosófica: Gregorio Marañón: “El problema es soledad y libertad ó no soledad y perdida de la libertad. Solo puede ser libre el hombre que sabe estar solo”), algunos desdichados/as vuelven a recaer en el mismo error, y se vuelven a casar porque se dejan cazar –sólo el hombre tropieza dos veces con la misma piedra (la mujer)-. Otros prefieren disfrutar largamente de su recobrada soltería y se convierten en poco menos que “muchachos-juguetones” de segundo orden, horteras y decadentes. Y, por último, tenemos una tercera categoría –posiblemente la más inteligente- que, una vez concluido el proceso de divorcio y para evitar reincidencias no deseadas-deseables, se consuelan frenéticamente con la práctica del guante elástico, como hiciera el hijo de Kennedy Toole: Ignatius Reilly.
Conclusión: si al divorcio. Aunque solo fuese para permitirles a los tozudos el caer de nuevo, una y otra vez, en el desvarío del matrimonio, hasta que llegasen a comprender por sí mismos que el estado ideal del hombre es la soledad. Porque nacemos solos, pasamos la mayor parte de nuestra vida solos –aún los que viven en pareja-, y morimos solos. Lo demás, se me antojan fantasías y pretensiones de esquivar la soledad (la verdadera condición humana).
Por otro lado, el hombre suele confundir amor con deseo, y, éste, por propia naturaleza, suele ser bastante efímero.
Y, como final, si al divorcio, como sinónimo de la liberación de los incautos.
R. Guilabert

1 comentario:

  1. Hola.
    Despues de leer lo aqui escrito y desayunar viendo la misa de la 2 por la tele-es domingo-.Me propongo advertir aqui al amigo Ramon del mal causado, no tanto a la sociedad si no a la humanidad es este atentado a los pilares del matrimonio sosten de la raza humana y santo y seña del buen vivir.No quisiera imaginar que seria de ti en manos de un tal Rouco Valera mezcla de cruzado,plitico y religioso,-combinacion explosiva-.De hecho date por excomulgado,cosa que supongo no te quitara el sueño Y privado de todo paraiso en la otra vida, es mas procura montarte en esta tu paraiso por si acaso. Sin mas me despido solo era avisarte y decirte que pese a que a mi tambien me excomulguen,como buen pecador siempre estare tentado por el diablo, que en mi caso suele mostrarseme en forma de mujer -la carne es devil-con lo cual el divorcio puede ser una buena arma contra el maligno.
    Adeu.
    L.Alfonso

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