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sábado, 29 de enero de 2011

Amigo Ramón:

Hablábamos, en cierta ocasión, Rubén y yo, de los individuos que se enorgullecen de méritos que no les corresponden, como el escritor cuya obra se la debe a un negro, el investigador que roba un descubrimiento o el político que viste su crédito y su prestigio con trajes regalados ¨pero caros faltaría más¨.* -¡Claro,- exclamé cuando la conversación parecía haber tocado fin -mientras los demás no lo sepan!- a lo cual, él, sorprendido por mi ocurrencia, sin dudarlo, me contestó -aunque nadie se enterase, lo sabrías tú-

Y, digo yo, no será el orgullo eso, ser merecedor de tus méritos, descubridor de tus descubrimientos, garante de tu crédito; saber que el engañador es el primer engañado, pues para (sobre)vivir en la farsa, ahora convertida en realidad, debe instalarse inevitablemente en ella y subvertir el orden natural de las cosas. Así, pervertido el lenguaje, la trampa que no te permite concebir, ni construir, ni crear, ninguna felicidad, pues la felicidad es para los imbéciles y la consciencia para los cobardes y el amor para los débiles, el orgullo se convierte en fanfarronería, el Cínico se convierte en cínico y Diógenes en un síndrome. Debe ser eso, no dejarse engañar por las falsas apriencias, ni dejarse seducir por la sociedad del espectáculo.

Para espectáculo el que montaron para toda España los psoes: ¡oh, el rey como celebra nuestro gol!, ¡oh, la reina vestida de rojo!, ¡oh el principe, oh la princesa!. Ni el pp se hubiése atrevido a tamaña hipocresía, es decir, en su caso, que promocionaran la república (o la misma monarquía, da igual). Sin olvidar la anécdota del español vestido de torero lleno de orgullo patrío mientras el gobierno le da su dinero a los bancos y en el congreso recortan sus derechos... ¡Uffff... que esperpento! Como nos humillan, como nos faltan al respeto. ¡Dónde coño está el orgullo! Posiblemente esté equivocado, siempre estoy dispuesto a rectificar mis errores, pero me parece que en el espectáculo de la corrida el español, o la misma españa, es el toro. Esa España que esperan que entre con bravura al trapo rojo, sufra en sus carnes todas las suertes y cuando el diestro baje el capote, agache la cabeza y embista con valentía para recibir la última suerte; suerte tendrá, y una muerte gloriosa, si la espada corta la aorta de un certero estoque, si no tendrán que sacarla de su sufrimiento y su confusión con un indigno y antiestético descabello. Y sí, siento tristeza, yo también he sido engañado como un tonto de pueblo, también para despertar he recibido algún que otro golpe, también tengo lo que merezco; mas para recibir lo que no, me mantendré firme y orgulloso, aunque sea la tontería lo único que acompañe a mi orgullo.

Continuará...

A. Cánovas

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